por Katie Munday Siempre me he sentido desubicada/o, incomprendida/o y confundida/o. Cuando me di cuenta, a mediados de los veinte años, de que era autista, las cosas empezaron a tener más sentido para mí, pero no era la historia completa. Después de mi diagnóstico y de todos los momentos "a-ha" que vinieron con él, por fin pude ponerme a trabajar en la resolución de mi género y mi sexualidad. Siempre he tenido una cualidad de marimacho, incluso desde una edad temprana. La gente nueva solía confundirme con un hombre, sobre todo por mi pelo corto, mis camisas holgadas y mis pantalones de skater. Las actividades que más me gustaban se consideraban actividades masculinas: la lucha libre, las películas de terror, los scouts, la construcción de madrigueras y el patinaje. Siempre me juntaba con chicos, hablábamos el mismo idioma y nos gustaban las mismas cosas. Cuando nos convertimos en adolescentes todo se complicó, a la mayoría de los chicos les empezaron a gustar las chicas
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