La realidad sobre ser madre y autista
La vida después de mi diagnóstico es mucho mejor, siento que finalmente estoy construyendo una vida para mí y mi familia que es real a lo que soy.
Por Lucy Parker
27 de Marzo, 2019
Actualización de edición 10 de Mayo 2021
Fui diagnosticada autista este año y no me sorprendió. Me ha tomado un poco de tiempo hacerme a la idea, pero el diagnóstico me trajo una sensación de alivio tal, que lloré cuando me diagnosticaron. La emoción cruda salió a chorros de mi cara.
Sentí que al fin podía quitarme la máscara, soltar las herramientas que había estado usando por muchos años para esconder quien realmente soy, hacer frente a mi vida y empezar ser mi verdadero yo.
Después de haber sido mal diagnosticada en múltiples ocasiones con un rango muy amplio de dificultades de salud mental, estaba frustrada y enfadada de no tener las respuestas al por qué encontraba yo algunos aspectos de mi vida tan difíciles. Hubo tiempos en los que me sentí como observadora de mi vida desde dentro de una pecera, no entendía del todo cómo otros podían lograr lo que hacían sin los problemas y desastres que normalmente yo enfrentaba. Determinadas situaciones, sensaciones aumentadas e interacciones sociales me estaban haciendo entrar en crisis manifestadas de muchas formas y que me estaban provocando mucha ansiedad.
Por muchos años he desarrollado una habilidad complicada y estresante de camuflaje para ocultar mis dificultades. Esto va desde observar e imitar el comportamiento y el lenguaje de mis semejantes, hasta trabajar demás y sobrecargarme hasta el punto de quebrarme para completar tareas que cumplen estándares altísimos para que nadie pudiera notar mis dificultades.
Frecuentemente me camuflaría por un día entero, lo cual resultaba en una crisis en cuanto llegaba casa. Luego tenía que pasar el resto de la tarde en un estado de ansiedad y agotamiento, intentando recuperarme para el día siguiente.
Mi creciente inhabilidad para cambiar mi rutina y mi frustración ante la alteración más minúscula o de último minuto, en cosas tan insignificantes como el té que tomaríamos, estaban empezando a afectar a mi esposo y para ser sincera estaba afectándome a mí también.
Luego nació mi hijo.
Cuando tienes hijos, especialmente con tu primer hijo, todo se transforma. Yo nunca esperé que todo cambiara tanto, pero lo hizo.
Batallé, realmente batallé. Todo fue una pesadilla sensorial: el nacimiento, el ruido, la falta de sueño, ser constantemente tocada por otro ser humano, la lactancia, visitas viniendo a mi casa todo el tiempo, no tener tiempo de pensar, el desorden. No había quietud, no había tiempo fuera y no había tiempo para pensar.
Estaba traumatizada y no sabía por qué. Me atormenté con pensamientos de tipo: eres tú, no lo estás haciendo bien. Deberías estar contento, eres desagradecido, esto es lo que querías, hazlo funcionar, no te quejes, pretende que esta bien.
Pero no estaba bien, estaba muy lejos de estar bien.
Solía esconderme en el piso de arriba y gritaba hacia el tapete tan fuerte como pudiera para que nadie me escuchara.
Solía cargar a mi hijo en el portador y caminar por millas, sólo para que se durmiera y yo pudiera tener un momento para mí.
Solía pasar toda la noche despierta sentada amamantando, amando y cuidando a mi hijo, aún cuando habían momentos en los que sólo quería arrancarme la piel del cuerpo porque mis sentidos estaban abrumados y ya no quería ser tocada.
Yo pensaba que asistir a todos los grupos de bebés me ayudaría, e intenté salir todos los días y convivir con personas. Esto sólo lo empeoró. El ruido de los grupos de bebés, cumplir con las expectativas sociales, tratar de entender las nuevas relaciones con adultos, cuando debí de haber estado tratando de entender mi relación con mi bebé. Las consecuencias de intentar hacer tanto fueron tan épicas que casi tuve un colapso nervioso.
Armarme nuevamente pieza por pieza ha sido un proceso muy largo.
Finalmente cuando estaba sintiéndome mejor y cuando empecé a compartir con mi familia y con mi doctor lo difícil que estaba encontrando la situación, se me sugirió que pudiera ser autista y empecé a buscar el diagnóstico. Entre más leía más entendía y la luz al final del túnel brillaba con mayor intensidad.
Pude sentir paz dentro de mí que nunca había sentido antes y finalmente empecé a saber quién soy realmente.
La vida después de mi diagnóstico es mucho mejor, siento que finalmente estoy construyendo una vida para mí y para mi familia que es real y verdadera quién soy.
Hablo abiertamente acerca de mis dificultades en vez de esconder tras máscaras mis emociones. Puedo identificar cuáles situaciones voy a encontrar difíciles y que pudieran llevarme a una crisis.
Ahora sé que está bien decir “no“ a las personas. Acepto y celebro mis diferencias, dificultades y logros y elijo rodearme de personas que entienden, no con aquellas con quien debo de pretender.
Después de haber recibido mi diagnóstico di a luz a mi hija. Pude hablar sobre mis dificultades sensoriales y de comunicación con las parteras antes de su nacimiento y la experiencia en su totalidad fue asombrosa. He recibido el soporte que debí de haber tenido la primera vez. Soy una persona diferente y ahora soy mejor por ello.
Sigo topándome con algunas situaciones desafiantes, pero mi conciencia sobre mi misma lo ha vuelto menos difícil. Ahora no vamos a todos los grupos de bebés. No estoy disponible para todas las personas de mi vida en todo momento, porque siento que así es como debo comportarme. Mi prioridad es mi familia y amo pasar tiempo a solas con mis hijos. Descanso, hablo con mi esposo y hago planes. También he dejado de juzgarme a mi misma por percibir las situaciones como difíciles o por necesitar un tiempo fuera.
Tener a mi hijo me dio la fuerza para decir “esto es realmente difícil y no estoy dispuesta a hacerlo más“. Necesitaba respuestas para poder reconocer y manejar mis dificultades en una manera saludable.
Tener a mi hija me ha permitido ver la persona que realmente soy y he visto de primera mano lo hermoso y asombroso que puede ser el primer año de maternidad.
Estoy agradecida todos los días por mis hijos, lo que me enseñan y cómo me han permitido crecer. Mi hijo fue amado y cuidado tanto como mi hija pero fue un tiempo muy difícil.
La maternidad me quebró y me salvó por igual.
Esto es el autismo. Soy la misma persona que siempre he sido. Pero ahora soy mejor porque tengo más conocimiento y entendimiento de quien soy y lo que puedo lograr.
Traducción @Marisol Picón | @NeurodiverLetras Âû
Comentarios
Publicar un comentario